Un viaje en tren, la mujer de los caramelos y el hombre que contaba cuentos.


Escrito el ('lunes 30 de abril de 2007 – 18:11 | por Ojuelo

Un viaje en tren puede dar para mucho, incluso si en éste tan sólo se tiene nueve años, eso es más o menos lo que me pasó a mi allá por diciembre del año 1976. No es que vaya a contar algo que sea tan siquiera comparable a una historia de las de Agata Christie en el Transiberiano, pero intentaré contar en tres pequeñas historias lo que fue o al menos lo que recuerdo de aquel viaje en tren hacia Madrid cuando tenía nueve años.

Un viaje en tren.

tren.JPGLo primero que recuerdo es que a Huelva nos llevó mi tío Dionisio, que se había comprado un coche nuevo, no recuerdo bien si era el Renault 12 o el Seat 131, porque tuvieron el mismo color, pero sí que recuerdo que lo estaba estrenando. Al llegar a Huelva, y más concretamente a la estación de Renfe, me acuerdo que mi tío Gregorio estaba esperandonos frente a la estación, pero no lo hacía sólo, y ahí es donde seguían las novedades en aquel viaje, como digo, nos estaba esperando frente a la estación y lo hacía acompañado de la que luego se convertiría en mi tía Loli, mi madre fue la primera que al verlos dijo algo, sobre todo extrañada de ver a mi tío esperandonos en compañía femenina, ya se sabe, de quien ha sido cura hasta ayer digamos, nunca se espera nadie que tenga novia, y menos en aquella época. Después de todas las presentaciones necesarias nos fuimos al tren a esperar la hora de salida, el Expreso Huelva Sevilla Madrid, que así es como creo que se llamaba, salía a las nueve de la noche de Huelva y llegaba a Madrid cuando caía o cuando podía, pero tirando por debajo, a aquel viaje nadie le quitaba sus buenas diez o doce horas de tracata tracata y meneos en el vagón, no como ahora que te montas en el Ave y a Madrid a por tabaco o a tomar un café. El vagón del tren, o mejor dicho, el compartimento del vagón en el que íbamos recuerdo que tenía dos asientos corridos para tres personas y estaban tapizados de azul, algo parecido al cuero, pero seguro que no lo era, los asientos tenían reposabrazos abatibles, y sobre todo había metal mucho metal, todo era dorado, los ceniceros, las bandejas abatibles que estaban debajo de la ventanilla, la misma ventanilla, cualquier tirador o pomo e incluso una especie de parrilla casi pegadas al techo que había para poner las maletas eran doradas. De pronto, o llegaría el revisor o habría algún aviso, la cuestión es que todos abajo que el tren se va, y nada, pues eso todos se bajaron, allí nos quedamos mi madre mi padre y yo mirando por la ventanilla hacia el andén donde estaban mis tíos Dionisio y Gregorio y mi futura tía Loli, que mientras el tren se ponía en movimiento y se alejaba seguían moviendo las manos de un lado a otro. Allí empezaba de verdad el viaje hacia Madrid, el cual más que un viaje, era una peregrinación de estación en estación empezando por la de San Juan del Puerto, Niebla, La Palma del Condado y una infinidad de pueblos con sus respectivas estaciones, y entre una y otra sólo quedaba ver por la ventanilla cómo lo que se iba acercando por un lado al cruzarnos con ello empezaba a alejarse por el otro lado hasta perderse de vista.

La mujer de los caramelos.

caramelos.JPGNo sé en qué estación se subió al tren, pero estoy casi seguro que fue antes de llegar a Sevilla. Era una mujer grande y gruesa, o al menos a mí me parecía grande, a lo mejor no lo era, y simplemente es que desde el tamaño de los nueve años todo nos parece grande, recuerdo que tenía gafas y que llevaba las piernas vendadas desde los tobillos hasta las rodillas. También llevaba una maleta la cual no hacía más que subir y bajar del compartimento que había sobre los asientos para el equipaje. Pero lo que era extraño, y es por lo que llamo así a esta parte de la historia del viaje, es que esta mujer llevaba caramelos por todos lados, en una bolsa de plástico, en la propia maleta, en un bolso o en los bolsillos, e iba repartiéndolos a todo el que ya estaba o entraba y salía del compartimento del tren. Pero más curioso era aún que si te daba un caramelo, luego te pedía que le devolvieras el papel que lo envolvía, cogía el papel y se lo ponía sobre la pierna, y empezaba con las manos a estirarlo y alisarlo como si estuviera planchándolo, pero si tenía caramelos, aún tenía más papeles de estos, porque cada vez que iba a guardar uno, sacaba todos los que ya tenía enrollados unos con otros y atados con gomas, me imagino que sería para ver a qué rollo pertenecía y así poder clasificarlo. La cuestión es que esta mujer se llevó así unas cuantas horas, ofreciendo caramelos y pidiendo que le devolvieran los envoltorios, hasta que por lo visto, se aburrido de aquel compartimento y se fue al de al lado, y ahí es donde se acaba esta parte del viaje.

El hombre que contaba cuentos.

manuelfranciscoclaveroarevalo.JPGAl parecer, este hombre acababa de llegar de algún país de América, yo de esto no me acuerdo, pero es lo que algunas veces me han dicho mi madre o mi padre cuando hemos vuelto a hablar de aquel viaje, la cuestión es que por algún problema había perdido el avión en Sevilla y tenía que estar por la mañana en Madrid, al ver la fecha no extraña que tuviera prisas, sobre todo si pensamos que alguna parte también tendría en todos los cambios que se sucedieron entonces. La verdad es que no recuerdo muy bien como era, sólo recuerdo de tenía gafas y era calvo, como aparece en la foto que he puesto, lo que si recuerdo es que se pasó buena parte del viaje contándome cuentos, bueno más que cuentos creo que eran historias sacadas de diferentes libros y escritores, una era -de esto si me recuerdo bien- una historia sobre un hombre que tenía un burro con el que iba a todas partes, y decía que vivía en un pueblo cerca del mío, por lo visto, decía que se subía al burro, e iba incluso a la iglesia con él, y que la gente se reía de él. A lo mejor no lo contaba así, pero es la forma en que recuerdo el cuento, nueve años de noche y sin dormir tampoco dan para mucho recordar. Por lo que parece también conocía Lucena, o mejor dicho según dice mi padre, lo que conocía de Lucena era por haber leído algo sobre el yacimiento arqueológico de lo que se supone que fue la antigua Lucena, y supongo que si había leído la historia del hombre del burro, también habría leído los capítulos donde se nombra Lucena. En fin, este hombre era Manuel Francisco Clavero Arévalo, que seis meses después fue elegido como diputado, y luego ocupó con la UCD los cargos de Ministro Adjunto para las Regiones y Ministro de Cultura, pero claro, para todos los que íbamos en aquel compartimento del tren tan sólo era alguien que iba a Madrid, y para mi, simplemente un hombre que contaba cuentos.

Epílogo.

En el viaje seguro que pasaron muchas cosas más, pero como digo, tan sólo tenía nueve años, era de noche y estaba sin dormir. Al final el viaje se acabó en la maraña de vías que había antes de llegar a la estación de Atocha, donde el tren avanzaba lentamente hasta entrar en la propia estación, luego bajarse del tren y salir de la estación para entrar en el bullicio de Madrid. Pero esa es otra historia y no la de un viaje en tren, la de la mujer de los caramelos o la del hombre que contaba cuentos.

  1. 8 Respuestas en “Un viaje en tren, la mujer de los caramelos y el hombre que contaba cuentos.”

  2. Por Vicente en May 1, 2007 | Responder

    Hola Ojuelo, cuanto tiempo, espero que todo haya ido bien. Admirable este pasaje de tu vida y fantástica tu narrativa. Me parece un fragmento muy interesante y te repito que fantásticamente narrado marcando todos los tiempos de lectura o narrativa. Repito, fentástica historia, admirable pasaje.

  3. Por Ojuelo en May 2, 2007 | Responder

    Hola Vicente, bueno lo del tiempo ya se sabe que es algo relativo, o por lo menos eso se deduce después de leer las teorías de Einstein, pero en fin, intentaré escribir aquí más a menudo. En cuanto a este pasaje de mi vida, la verdad es que no deja de ser más que una anécdota que se me ocurrió contar, y por lo que me dices parece que está bien explicada. Pues nada, me esforzaré a ver si lo próximo que escriba aquí al menos iguala a esto. Saludos.

  4. Por SKaRCHa en May 2, 2007 | Responder

    Hola Manolo!

    Te doy la enhorabuena yo también… Me ha gustado mucho cómo has contado esta historia… ;)

  5. Por Ojuelo en May 3, 2007 | Responder

    Gracias SKaRCHa, en fin, cuando escriba algo nuevamente tendré que hilar fino para no desmerecer esto. Nada Antonio, lo dicho gracias y un saludo.

  6. Por Alf en May 21, 2007 | Responder

    Saludos cósmicos, Ojuelo:

    Ayer, hablando con Skarcha de los recuerdos de la infancia, de los personajes curiosos que habíamos conocido, me habló de tu relato, y la curiosidad me ha traído hoy hasta aquí. Aunque mejorable en cuanto a la forma -suelo ser crítico siempre-, me parece una historia maravillosa y bien narrada. Me gustan mucho este tipo de relatos y en una ocasión empecé a escribir una de un viaje en «camioneta», con señoras gordas, vestidas de luto hasta los pies, cargadas de paquetes, y que apenas cabían en los estrechos asientos de skay.

    Te acuerdas de Rocío pitogordo y de su cesta llena de chucherías apostada junto a su silla. En muchas ocasiones añoro aquella sencillez…

    Hasta pronto.

  7. Por Ojuelo en May 21, 2007 | Responder

    Saludos cósmicos Alf:

    ¡Vaya! No creía que esta página fuera tan famosa, sobre todo como para formar parte de las conversaciones de la gente del pueblo, pero me alegro de que guste, no lo voy a negar, aunque el amigo Skarcha estoy seguro que la publicitará bien. Bueno, lo que dices de que la historieta sobre el viaje en tren sería mejorable en su forma, pues seguro que si, pero como comprenderás, y como digo al principio de ese escrito, aunque se trate de un relato de un viaje en tren, es obvio y evidente que no está escrito por Agata Christie, y claro, las carencias de la técnica narrativa se notan desde lejos. Por otra parte, esa historia de la que hablas sobre las mujeres enlutadas hasta los pies, y cargadas de paquetes en la camioneta, seguro que estaría bien, aparte de que eso era casi una estampa de los viajes en camioneta, sino de nuestra infancia si al menos de poco antes, por eso no estaría mal, porque aquella época aunque muy distinta a esta, por lo menos para los que teníamos entonces aquella edad estaba bien, aunque tan sólo fuera vista desde la ignorancia de la edad.

    ¿Qué si me acuerdo de Rocío pitogordo? Pues si, claro, y del puesto de Jesús o «Jezu la cuca» donde los merengues y toda clase de dulces hacia que se derritieran los dientes, y que ahora no los encontraría igual en ninguna parte. Y si, como dices en muchas ocasiones se añora aquella forma de vida tan sencilla, pero claro, la sociedad al igual que la ciencia, avanza que es una barbaridad, y tan sólo nos toca tener que asimilar esos cambios para no quedarnos desfasados.

    Saludos.

    P.D. Insisto con lo del gato, sigue buscando que seguro lo cazas. Además parece que es gordo y suculento, así que al toro, que aunque él capture ratones tú cazas gatos.

  8. Por Alf en May 22, 2007 | Responder

    Saludos cósmicos, Ojuelo!

    Pues sí, y no es la única persona que me ha hablado de tu página. El esfuerzo tiene su recompensa, y ha de ser reconocido tarde o temprano. Jamás hubiera pensado que un día tal que hoy, a estas horas de la noche iba a estar hablando contigo (qué cosas tiene el internete este!).

    Cuando he hablado de defectos en la forma, me refería fundamentalmente a algunas omisiones de puntuación que rompen a veces el ritmo de la lectura. Cuando leo algo, me gusta dejarme arrastrar por el ritmo y la musicalidad y en ésto, la certeza de la puntuación tiene un efecto directo. Con algún pequeño retoque en algunas comas y puntos te quedaría genial. Era sólo eso. Por lo demás, sinceramente, me ha encantado. Se ve tu sensibilidad a leguas, y las cosas que se hacen con amor, ya se sabe…, siempre resultan hermosas.

    Aunque pensándolo bien, uno de mis escritores favoritos, José Saramago, escribe sin una sola coma, sin un solo punto, y consigue que cuando lo leo suene una especie de música en mi cabeza. Claro que él, al menos para mí, es un genio de la literatuta -premio nobel, y aprendió a leer y escribir solo-, pero no lo es menos en lo que se refiere a calidad humana. Imagino que debes haberlo leído, y si no es así, te lo recomiendo.

    Jejeje, cuántos pastelillos cayeron por esos lares. Y qué me dices de Jesulado, y de los maravillosos objetos que traía el «tío de los tarros» en su pequeño carro. Jóooder, Ojuelo, creo que nos estamos haciendo viejos, jajajajaja.

    Buenas noches.

    P.D.: El gato, tienes razón, es gordo y suculento, y creo tenerlo arrinconado. Aunque no debe uno volverle la espalda a un animalito de ésos que no encuentra escapatoria.

  9. Por Ojuelo en May 22, 2007 | Responder

    Saludos cósmicos Alf:

    Viejos no se, pero cuando uno empieza a hablar de aquellos tiempos le entra la morriña, aunque yo soy de los que piensan que los tiempos pasados nunca fueron mejores, sino que simplemente, cada etapa de la vida tiene su momento y sus cosas.

    De José Saramago la verdad que no he leído nada, bueno o casi nada, porque empecé a leer hace poco El Evangelio según Jesucristo en el ordenador, pero después por hacer otras cosas lo he dejado. Lo que si hago siempre que hay oportunidad es oír lo que dice, y por cierto, siempre tiene cosas importantes que decir, ya se sabe, no le dan el Nobel a cualquiera. Tampoco he reparado en sí escribe sin comas y puntos, pero supongo que será una licencia literaria igual que la de Juan Ramón Jiménez con la jota y la ge, en fin, ellos se lo pueden permitir.

    De Jesulado yo me acuerdo poco, más bien nada, sólo de oír decir ¡que viene el «tío del chupo»!, pero poco más, ahora del «tío de los tarros» de ese si, sobre todo porque cuando venía, pues todo el mundo a buscar hierros y a hacer el trueque, que los indios y los cheris que traía siempre venían bien, sobre todo en la infancia, que es una de esas etapas de la vida de las que hablaba al principio sobre los momentos y cosas de ésta, que son de esas cosas que aunque insignificantes, marcan la vida para siempre.

Publica un Comentario